A mis nóveles 8 años de vida, el profe Alberto Quintano me dijo que yo podía ser el próximo Marcelo Salas. Con esta declaración, ya podía yo y mi familia augurar una impresionante carrera deportiva, que me llevaría directo a la elite del fútbol mundial y a codearme con las grandes figuras de renombre.
Eso sin mencionar que hubiese formado parte importante de la explosión de una generación dorada en nuestro fútbol, que pudo resultar en una gran foto enmarcada en el living de la casa de mis padres, recibiendo copas en el Nacional o el Metlife de manos de nuestros, hasta entonces, honorables presidentes del fútbol sudamericano. 
Portadas inmortales se iban a escribir de mi golazo en el minuto 108 en Brasil 2014 que nos clasificaría a cuartos de final en desmedro del dueño de casa. Cómo les hubiésemos tapado la boca. 
Millones de dólares serían facturados a mi cuenta por sponsors de grueso calibre y mi cara estaría en todas las grandes avenidas de las capitales del mundo, como el rostro más importante del deporte rey. 
Mientras tanto Florentino Pérez y Sir Alex Ferguson se pelearían por mi pase, para comandar a sus equipos a niveles insospechados de éxitos, copas y aficionados coreando mi nombre en cada partido. 
Y a mis actuales 28 años, ya estaría considerando seriamente los próximo pasos de mi carrera, que probablemente me estarían llevando directo a Los Ángeles a cumplir ese viejo anhelo de ser actor de Hollywood mientras juego en el Galaxy, tal como David Beckham. 
Así sería altamente probable que un par de años después estaría recibiendo de manos del mismísimo Robert De Niro el Oscar a mejor actor protagónico en mi primera película, mi ópera prima, de la cuál también sería productor, director, guionista, editor y compositor de la banda sonora.
Por supuesto que con esto, las puertas de las grandes casas productoras de Hollywood y todas las plataformas de streaming habidas y por haber, se me abrirían de par en par para darle rienda suelta a mi imaginación y producir cada una de las ideas de películas y series que quisiera.
Que no se me quede en el tintero mencionar que mi esfuerzo en la composición de la banda sonora de la película, me llevaría a subirme al escenario de los premios Grammys en más de una ocasión durante la premiación, para recibir una cifra histórica de galardones. Todo esto ante la ovación de un público plagado de estrellas que se rinden ante los icónicos discursos proferidos ante cada vez que enfrente los micrófonos con un gramófono en la mano, que también se transformarían en un fenómeno en youtube.
Luego de un sinnúmero de logros deportivos, éxitos de taquilla, súper ventas de discos, una larga lista de ex-novias famosas y largos viajes recorriendo el mundo como embajador por la paz y los derechos de los niños con UNICEF; llegaría el momento de por fin sentar cabeza con la actriz hollywoodense más trendy, hermosa y talentosa de su generación, probablemente varios años más joven que yo.
Y como broche de oro: mis esfuerzos por darle una solución a los problemas de hambruna y falta de agua potable en países africanos rendirían sus frutos y se lograría una disminución al 3% de las personas alrededor del mundo que sigan padeciendo de estos males de la vida moderna, que tendrían como consecuencia mi muy merecida entrega del premio Nobel de la Paz a mis 40 años. 
Posiblemente esto me transformaría en un objetivo de la CIA, por contribuir a la independencia total de todos los países vulnerables del mundo. Y en un impactante “accidente” automovilístico, mi vida terminaría en la acera de la Sunset Boulevard, ante la mirada atenta de miles de turistas grabando en vivo para sus redes sociales y un sinfín de paparazzis que por “coincidencia” se encontraban en el lugar correcto, a la hora correcta. 
Pero más allá de silenciar mi voz, el gran hermano solo lograría transformarme en el más grande ícono de la cultura y los derechos humanos de este siglo y mi nombre resonaría por el resto de los tiempos, hasta que el cambio climático termine con la vida de todos los simples mortales.
Y bueno, si bien esta pudo ser la historia de vida que transformaría la historia del siglo XXI para siempre; en un fatídico entrenamiento futbolístico, me lesioné los isquiotibiales a los 11 años y nunca más pude jugar fútbol. ¿Y mi carrera hollywoodense? se vio truncada por mí incombustible capacidad de procrastinar sin límites, que me acompañó por los próximos 19 años de vida y me tienen este día, justo este día, escribiendo este relato para ustedes.
Las vueltas de la vida. Uno nunca sabe a donde te pueden llevar.

by Nicolás Ore.
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