Hace 24 años la profesora de lenguaje nos pidió que escribiéramos una breve carta donde contáramos cómo nos imaginábamos en el futuro y que soñábamos hacer cuando grandes. Haciendo mi mayor esfuerzo por expresarme de la forma correcta, solo contesté con una frase muy simple y directa:
“Cuando grande quiero ser como George Lucas y crear mi propio Star Wars”.  
Una respuesta que surgió de forma completamente espontánea y natural, que hacía completo sentido con lo que soñaba y recreaba todos los días, mientras jugaba en mi casa.
Me paseaba de pieza en pieza recreando las escenas finales de El Regreso del Jedi, con la única guía del recuerdo de la última vez que la ví. Luchaba palmo a palmo con Darth Vader a sabiendas de que en realidad no quería matarlo, ya que a esas alturas ya tenía conocimiento de que era mi padre. Yo era Luke, claro que lo era. Ese personaje que, en un arco dramático magistral, pasa de ser un joven muchacho lleno de sueños y esperanzas, ha ser el héroe elegido para adentrarse en la aventura de salvar a la galaxia de las manos del Imperio y transformarse en el último Jedi del universo.
Así, día a día, me sumergía a mi mismo en este universo, recreando los movimientos de ataque y defensa, dramatizando cada una de las escenas que tenía frescas en la memoria y trabajando mis expresiones faciales ante cada nueva revelación a la que estaba siendo sometido a medida que transcurría la historia.
Mi vida era una gran simulación. Una película que dirigía, actuaba y adaptada de un texto original maravilloso del gran George Lucas. Él la creó, yo la dirigía.
En un abrir y cerrar de ojos, tengo 24 años más que ese muchacho que vivía en la fantasía y anhelaba con hacerla realidad. En un abrir y cerrar de ojos todavía no logro realizar mi propia adaptación de esa historia, en cualquier forma que fuere posible. En un chasqueo de dedos no me he convertido aún en cineasta, ni en actor y mucho menos en Luke Skywalker.
Pero en un increíble y dramático giro de los acontecimientos, hoy decido canalizar a Doc Brown y teletransportarme 22 años atrás, para escribir la carta que verdaderamente debí haber escrito ese día. Una nueva oportunidad para que esta vez y definitivamente, ese niño haga sus sueños realidad.
Hace 24 años debí haber escrito algo como esto:
Querida profe,
Me gustaría comenzar esta carta por decirle que me parece un poco divertida su solicitud. Pero no precisamente porque me haga reír, sino más bien porque me resulta un poco curiosa y eso me hace mucha gracia. Y me hace mucha gracia, porque en realidad me da la sensación de que yo ya soy exactamente lo que quiero ser cuando grande:
Soy el próximo George Lucas.
No sé si se lo había comentado antes, pero yo ya me estoy desarrollando como cineasta en el interior de mi casa – o mi set como me gusta llamarle – y estoy trabajando hace ya algunos meses en mi propia adaptación de El Regreso del Jedi (o Star Wars VI como dicen los que aún no la han visto).
Yo ya estoy trabajando en cumplir mis sueños y transformarme en lo que quiero ser cuando grande, aunque mi yo de algunos más aún no lo sepa. Y quizás no lo va a saber por un largo tiempo, porque seguramente se le va a olvidar, como siempre se le olvida todo.
Es que es súper probable que mí yo del futuro no sea capaz de recordarlo, porque seguramente estará muy ocupado tratando de sobrevivir a la cruda realidad que se enfrentan los menos privilegiados.  
Además, entre nos, estoy casi seguro que las circunstancias lo empujarán a tomar decisiones estúpidas y seguramente terminará estudiando primero lo que su familia y amigos le insistan que estudie, para después retirarse de esa carrera y estudiar algo más cercano a su hemisferio creativo, que tampoco será lo suficientemente satisfactorio para su espíritu.
Es que lo conozco, lamentablemente lo conozco demasiado y desde muy chico. Sé que tiene miedo y lo va a tener hasta que sea capaz de vencerlo. Y como no tengo forma de comunicarme con él, no tengo cómo ayudarlo a disparar sus miedos como cohetes a otra dimensión y transitar hacia el destino que siempre quiso encontrar. Porque sé que a esas alturas, o en cualquier otro momento de su vida, todavía seguirá queriendo encontrarse ahí.
Usted se preguntará cómo se supone que un niño de 6 años sepa algo de todo esto. Y es que pasa que ya siento que lo entiendo todo, porque he visto algo del mundo en estos años de vida. He visto en los ojos de mis padres y otros adultos cercanos, como añoran y sufren por no haber podido ser lo que soñaron ser cuando tenían mi edad. No necesitan ni decírmelo explícitamente, para poder descifrarlo en el tono de voz que ponen cada vez que recuerdan.
¿Y le digo una cosa? Yo pienso que están completamente equivocados cuando dicen que “ya pasó la vieja”. Yo creo para los sueños no hay edad y mientras corra sangre por las venas, entre oxígeno directo hacia los pulmones y te despiertes todas las mañanas con todos tus sentidos bien puestos, la vida te estará regalando una nueva oportunidad de ser quién tú quieras y cómo quieras. La vida les regala todos los días esa nueva oportunidad, pero el temor les quita la valentía para aprovecharla.
Los adultos deberían recordar más seguido cómo eran cuando niños, aunque sea un segundo. Porque al canalizar ese niño que llevan dentro, comprenderán todos los misterios que no les hacen sentido cuando grandes. Serán capaces de ver con total claridad todos los días que han pasado desde que dejaron de luchar por sus sueños y empezaron a luchar por los de otros. Comprenderán que el universo les sigue regalando oportunidades todos los días y  que a lo mejor si un día se animan, podrían cambiar sus vidas para siempre y llevarlos de vuelta al camino que siempre quisieron tomar, antes de todos los desvíos a los que se enfrentaron.
¿Le puedo pedir un último favor? Si se encuentra conmigo unos años más adelante, hágame el favor de insistirme de que nunca, pero nunca, debo abandonar mis sueños y mis metas en la vida. Son lo más real que tengo y cada vez que se me olvide, seguro me sentiré empelota frente a un mundo de turbulencias. Replíqueme que no tenga miedo, que soy un ser único e irrepetible en el mundo y que dentro de mi vive un paraíso de fantasías desesperado por ver la luz del día. Todos deberían escuchar mi voz alguna vez. Mi voz es la única capaz de expresar y echar afuera un universo interno tan hermoso, que desde muy pequeño se ha estado nutriendo.
Insista otra vez en que no tenga miedo, que mi fortaleza es interestelar, y que no se me vaya olvidar nunca ese niño que soñaba en grande y que tenía la clave para cambiar el mundo. Mi mundo.
Profe, gracias por este ejercicio. Me ha resultado muy entretenido y estoy encantado de poder expresarme frente a usted de la forma en que lo he hecho. Espero que volvamos a hablar en algún momento de la vida y que se encuentre con que esta es probablemente la carta más verdadera que voy a escribir jamás. Y quién sabe, si la ubico para invitarle al estreno de mi ópera prima.
Abrazo grande,
Atte.
Nico.
PD: El que se olvida de lo que sueña, no está suficientemente despierto.

by Nicolás Ore.
Back to Top