Lo llamaban así porque siempre andaba arrancando de algo. De alguien. De sí mismo tal vez, como decían las lenguas más audaces y reflexivas. Pero huía. Cuando la cosa se ponía peluda, arrancaba a perderse. Y pasaban meses hasta que alguien lo volviera a ver deambulando por la ciudad. Preguntando por direcciones, por personas, por recuerdos o por lagunas mentales.
Sus amigos dicen que cuando estaba sano y bueno, era el mejor del mundo. Pero cuando se perdía, se echaba a correr y no había donde pillarlo. Era imposible atraparlo para traerlo de vuelta. Siempre lo salían a buscar en patota, pero un fugitivo sabe como eludir a los que quieren encontrarlo. Sabe bien cómo evadir el sistema, así como los ricos que evaden sus impuestos. 
Sus vecinos decían en la tele que era un buen cabro, que no se hubiesen imaginado que se perdiera tanto, que se fugara. Que qué lástima, que como nadie hizo nada para decirle que no se fuera. Que como nadie le iba a cerrar la puerta con llave y se iba a tragar la llave para que no tuviera como salir. Qué se quedara quieto, inmóvil. Que se veía un buen cabro, pero uno nunca sabe. De la puerta pa’ dentro uno no sabe lo que pasa.
En la tele se hacían eco de su fuga. No tanto para encontrarlo, como para no ser menos con los canales de al lado. El matinal entrevistaba a Pedro, Juan y Diego. Y ninguno sabía nada en realidad, pero escuchaban muchos rumores sobre su última partida. Que lo vieron en una licorería, que se tropezó con una hormiga cabezona y se azotó la cabeza, que tenía una doble vida e incluso, los más conspiradores, que estaba involucrado con ISIS “de alguna forma”.
En las noticias el titular era “el fugitivo se perdió una vez más. Nadie sabe su paradero para variar”. No sé ustedes, pero yo creo que el “para variar” era completamente innecesario. Pero los medios solo quieren rating para sus auspiciadores, no encontrar fugitivos. Y digámoslo, sus periodistas no son especialmente Sherlock Holmes.
Las redes sociales se inundaban de cadenas de oración. La virgencita lo va a salvar de esta. Si todos hacemos fuerza, puede que vuelva, que no se siga fugando. Pobrecito, no debe saber a dónde está parado. Porqué nadie le dijo nada, porque nadie le pasó un mapa, por último. ¿Por qué se fuga, tenía algo que esconder? no le compro, ese hizo algo y se está tratando de hacer el loco. Nadie escapa a las responsabilidades. Por qué le dan tanta pantalla a ese tipo, escapista, cobarde, cagón. Le tiene miedo a enfrentar las consecuencias de estar acá. Estamos todos en las mismas, no es fácil. Yo lo vi una vez, estoy seguro de que estaba robando un banco para seguir fugándose. Yo lo atendí en mi local, andaba con cara de preocupado, mirando para todos lados como perseguido. Parece que se estaba persiguiendo solo, porque nadie venía detrás de él.
Los comentarios llovían como un julio en el sur de Chile. Todo el mundo tenía algo que decir, pero cuando el fugitivo volvía al centro, esos comentarios se silenciaban como si hubieran quedado mudos. Como si nunca hubiesen salido de boca de nadie. Todos lo saludaban con alegría. Qué rico verte, tiempo sin saber de ti. ¿En qué has andado?  Te ves más flaco, tienes buen color. ¿Estuviste tomando sol? Como anda la cosa por allá, por acá. Con sonrisas nerviosas, miradas inquisitivas que buscaban una verdad en sus ojos que nunca parecían encontrar. Con cuchicheos a sus espaldas, pero soltando carcajadas en cada chiste qué dejaba botando en el aire. Debe haber cambiado, debe estar mejor. Debe estar cansado de tanto correr. ¿Se ve más flaco? Creo que no. No sé, la última vez ni me fijé como estaba. ¿Y cuándo lo vimos la última vez? Ni idea, creo que fue en invierno.
Su familia nunca lo iba a dejar solo. Aunque no supieran dónde andaba, siempre andaban detrás de él. Pegaban carteles con su cara, pero nadie daba pistas. A veces se les veía recogiendo las piezas que iba dejando en el camino. A veces llorando su partida. Pero sabían que él siempre volvía, porque siempre encontraba su forma de volver a casa, desde chiquitito.
De chiquitito era brillante, decía su mamá. Había profesores que no dejaban de admirar su potencial. Comentaban entre ellos que era el favorito de los profes. Los compañeros no estaban de acuerdo con esa afirmación. Sus notas eran buenas, pero su comportamiento era malo. No lo dejaban ni hablar, por eso él siempre renunciaba a todo y se escapaba. Por la ventana o por cualquier parte. 
Tantas cosas se decían de ese fugitivo. Pero nadie sabia nada realmente. No tenían porqué saberlo tampoco. Pero yo lo sé todo. Yo lo conozco mejor que nadie. Yo sé la verdad detrás de tantos escapes. Yo sé que era real y a la vez no lo era. Era de carne y hueso, pero no de alma. No era una mala persona, pero su juicio nunca estuvo sano. Contaminaba su entorno más que la polusión. Contaminaba su cabeza hasta nublarla por completo. Tenia miedos, inseguridades. Y de ellas, se fugaba. Era una fuerza de la naturaleza muy poderosa. Pero ya sabemos lo que pasa con los tsunamis y los temblores. Son una señal de algo más grande que siempre termina arrasando con todo. Estaba acá y estaba allá, pero nunca estaba en ningún lugar. Y aunque tenía sus encantos a la luz del día, eran sus sombras las que eclipsaban todo. No quería arrancar, ni tampoco arrasar con nadie. Quería hacerle bien a todo el mundo, pero siempre terminaba haciendo todo mal. Y la resaca de sus acciones no lo dejaba respirar. Por eso, siempre terminaba corriendo a perderse. 
Yo siempre supe de su paradero. Pero no fue de mala onda que no le contara a nadie, no. Ojalá nadie se quede con esa impresión. Pero el fugitivo me silenció muchas veces. Me amenazó una y otra vez con que, si le decía a alguien, él iba a desaparecer para siempre. O qué iba a seguir apareciendo para fugarse. Incluso amenazó con atentar contra mi vida. No te voy a dejar tranquilo, tenlo claro hoy y siempre. Me amedrentó. Quería destruirlo todo si abría la boca o si iba a la policía o si le avisaba a alguien de su paradero o si trataba de buscarle ayuda. No quiero tu ayuda, déjame tranquilo. Entiende, a mi nadie me quiere como a ti nunca nadie te va a querer. Al menos nadie como yo, estúpido. No reacciones, no digas nada. Si dices algo, puede ser irreparable el daño. Te voy a cagar. Nunca vas a tener amor, nunca vas a tener con quién compartirlo tampoco. Y si la tienes, voy a venir a destruirla a ella también. Y la destruí y sabes por qué fue. Porque no te mereces nada de nada, así que cierra la boca o te la cierro yo.
Pero después de tantos dimes y diretes. Idas y venidas. De tantas fugas y juegos de escapismo. De tanto daño y tortura. De tantos vasos rotos, promesas incumplidas, seres queridos dañados. Después de tantas desilusiones, decepciones, juegos mentales. De tantos años y tiempo perdido. De tanto escapar, de tanto aparecer. De tanto perderlo todo, para tratar de recuperarlo a la mala.
Después de todos estos años de arrancar... Yo lo maté.
Y hoy, vengo a confesar ese crimen. Vengo a entregarme a la justicia, para que sea justa conmigo. No vengo a entregar mis alegatos. El tribunal sabe perfectamente por qué lo hice. Porque si no lo hacía yo, nadie lo podía hacer. Porque solo yo tenía el arma para matarlo. Solo yo tenía la pala para enterrarlo. Solo yo tenía el fósforo para quemarlo. Solo yo podía esparcir sus cenizas y soplarlas para que se fueran lejos. Sin destino. Como él, que nunca tuvo destino.
Y yo, sin culpa y arrepentimiento de haberlo hecho, sigo mi camino. Me auto exculpo por haberlo hecho. Me libero de la carga y del dolor. Me declaro en libertad, para vivir mi vida en el mundo sin encierros. Sin trabas, sin mochilas, sin ataduras ni esposas. Me declaro libre de polvo y paja. Y sé que algún día los demás me van a dar la razón. Sé que el tiempo me va a dar la razón. Porque tenía mis razones para matarlo. Ahora camino en búsqueda de la felicidad. Esa que él mismo me quitó, pero ahora busco recuperar para mi. Y ahora camino libre de él, hacia mi propia libertad. 
Y ese día, a ese fugitivo nadie lo volvió a ver. Esta vez, para siempre.

by Nicolás Ore.
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